Por Márcia Batista Ramos (*)
Verduguez Gómez, César. El Rincón De Los Olvidos. Cochabamba, Bolivia. Grupo Editorial Kipus, 2009. Novela que emana de una sensibilidad agudísima. Presenta los elementos de alejamiento, de disolución y de inconformismo. Inspirada en temas muy concretos, íntimos, el autor se abisma en lo psicológico y sentimental. La trama brota del intelecto, en forma serena y armoniosa, como las grandes creaciones, pero, hunde sus raíces más allá. Es el misterio del yo y del extraño universo que habitamos reflejado en las líneas de la novela “El Rincón De Los Olvidos”.
En ella, Verduguez nos presenta a personajes que se encuentran unidos a la tierra que habitan, que han de librar una lucha encarnizada con sus destinos, intentando conseguir algún tipo de redención, mas siempre terminaran doblegados por sus propias circunstancias; son vidas difíciles llenas de encontronazos con el destino, que finalmente hallarán la salvación en el silencio de la muerte.
El argumento bien hilvanado de la historia sumado al talento literario del autor, permite que en su trama aparezca entretejida la ficción histórica; donde las figuras y acontecimientos históricos fueron retratados de manera que las conexiones entre la novela y los acontecimientos contemporáneos en América Latina no pueden ponerse en duda.
En esta novela la circunstancia particular del autor juega un papel decisivo: su amor, su arrobo, su angustia, su tedio, su desgarramiento, su nostalgia, y también su peculiar visión del hombre y del mundo.
El enigma y la melancolía son la nota dominante en la creación narrativa de Verduguez. Existe una gran riqueza conceptual en su literatura. Su prosa aun cuando refleja los usos y costumbres de la sociedad, enmarcados en un medio rural altiplánico, pero con aspectos de transversalidad del realismo, representa un saludable antídoto contra un costumbrismo intrascendente y contra un sentimentalismo nacionalista exagerado y de gusto dudoso.
Esta novela inserida en el contexto del realismo social, por narrar la situación de los más desfavorecidos, está ambientada en una pequeña comunidad rural; un pueblo altiplánico donde dos hermanas disputan el amor de un mismo hombre; y al final el tiempo aniquila a todos, incluso al poblado, permaneciendo el rincón de los muertos, con sus tumbas sin nombre como prueba de que todos estaban predestinados al olvido.
Es el pesimismo, compartido con grandes filósofos, de que la existencia humana carece de sentido; es la angustia del existir para la nada, reflejado por la pluma de Verduguez. Es el existir para la muerte. Es el existir para finalmente ser olvidado.
Verduguez compone su obra a través de una serie de episodios, unidos, muchas veces, por la presencia de un personaje. Su técnica para construir la novela se basa en la espontaneidad y la observación de la realidad inmediata. La estructura principal es simple y la falta de conflicto se subsana por medio de frecuentes diálogos, e historias particulares de los personajes. Su estilo es vigoroso, dinámico y expresivo. Breve, claro y preciso, contrasta claramente con la prolijidad retórica de generaciones literarias anteriores, ya que no busca la perfección sintáctica y léxica, sino la sencillez y la expresividad.
El autor abunda en metáforas en la secuencia de los acontecimientos; cabe decir que las metáforas son vivas, irónicas e hiperbólicas, destacando la veloz fluidez de la narrativa y confiriendo al texto calidad lírica y musicalidad. Como se puede anotar desde el primer párrafo del primer capítulo:
“El silencio cayó de golpe en mitad de la calle, un silencio profundo, angustiante, que vació de pronto, de gente y ruidos, los alrededores. Las voces se quedaron trancadas en los portones, como piedras y fierros cruzados, desgarrando carnes al mínimo intento de abrirse paso”. [1]
En su prosa existe algo que convoca inmediatamente a un mundo extraño, alucinado, distante de la vida cotidiana (por la manera de narrar), al tiempo que es la representación y descripción de un mundo sencillo y de una vida cotidiana. Todo muy cargado de sentido del misterio más que de la realidad objetiva, sin perder la óptica de la objetividad. Y es en ese mundo, aparentemente paradojo, que nuestra emoción se resuelve finalmente en una agobiadora tensión de espíritu, cuando se confronta con una proyección de lo fantástico y sobrenatural en la cotidianeidad, tal vez, despertando a la imaginación. Su prosa está cercana al ensueño, y participa de su esencia:
“Ahí, en media calle, estaban el gallo y su canto, el tan temido canto que volvió a surcar el aire, oscureciendo el sol, llenando de sombras grises las calles, eclipsando la luminosidad de la tarde”.[2]
Verduguez hace un magnífico retrato del individuo sencillo, que constantemente tiene que someterse al escrutinio del mundo y al de su propia conciencia, en una sociedad cerrada. Donde sus miembros actúan conforme a los pétreos dictados de los tabúes. Es en ese escenario que discurre la novela, donde César logra una excepcional prosa con auténticos elementos del realismo mágico, al redescubrir el elemento mágico que existe en la realidad; al tiempo que narra la mezcla de esa otra realidad que es el subconsciente colectivo cargado de fe y creencias, con la realidad cotidiana. En una amalgama con pensamiento mágico andino que trasciende a todas las clases sociales.
Esta obra está atravesada de estremecimientos metafísicos; existen elementos mágicos que se pueden intuir pero no se explican; al tiempo que los personajes consideran normales, por la familiaridad existente en la región con las experiencias sobrenaturales. También se suman los escenarios Latinoamericanos urbanos desiguales, que no dejan de mostrar el mundo marginal de la pobreza. Todo crea un efecto insólito, maravilloso y deja al lector reflexivo, y agradablemente maravillado. Sin con ello, hacer parte del movimiento literario llamado realismo mágico.
En cuanto a lo discursivo, adopta expresiones coloquiales y populares. Siendo así, tiene la peculiaridad intrínseca de que en su prosa aparecen expresiones lingüísticas con matices profundamente nacionales, ya que lingüísticamente seguro de sí mismo, utiliza la lengua vernácula, sin excusas como ejemplo:
“(…) No crean que no se gasta el espíritu. Se gasta, como todo, así no más es[3]”.
“(…) y había que ver el jalón de pichi que se daban”[4].
Adolorido, íntimo, melancólico, bastante deprimido al lado de los desheredados, pone en su prosa, una nota personalísima, a la vez sugerente y emotiva cuando refleja el sentimiento trágico de la vida vivida en esa latitud, porque no se trata de la circunstancia del ser humano universal frente al dolor de la existencia. Es el dolor del hombre desposeído circunscripto en la realidad altiplánica boliviana; como si viviera en un mundo irreal, que sin embargo subsiste dentro de otro mundo, que para el lector sí es real, pero, sus personajes, desconocen o no pueden acceder; así que, no tienen mayor opción que resignarse a sus propias circunstancias:
“Todo fue inútil. A los tres días el hijo de Simaca Soto se tropezó y al caer se golpeó la cabeza en una piedra. Quienes estaban cerca acudieron en su auxilio. Escupieron a la piedra, llamaran al niño de su nombre, al notar que su alma se iba. Nada más se pudo hacer. El hijo de Simaca estaba muerto.”[5]
El pensamiento mágico se hace presente en todo el transcurso de la obra, al caracterizar personajes que piensan y razonan, basados en supuestos informales, erróneos o no justificados y, frecuentemente, sobrenaturales, que generan opiniones o ideas carentes de fundamentación empírica robusta. Que atribuyen un efecto a un suceso determinado, sin existir una relación de causa-efecto comprobable entre ellos. Como característica de las sociedades primitivas contemporáneas que se guían por la costumbre, tornando más lento el desarrollo socio-cultural. El pensamiento mágico genera la creencia errónea de que los propios pensamientos, palabras o actos causarán o evitarán un hecho concreto de modo que desafía las leyes de causa y efecto comúnmente aceptadas. El pensamiento mágico es un raciocinio causal no científico. Así, el pensamiento mágico se traduce en supersticiones y diversas creencias populares que el autor consigna a lo largo de la obra:
“Sotera no tuvo más que tomar las medidas post natal que ella conocía, y colocó bajo la almohada de la parturienta una tijera abierta en cruz y clavó en la puerta un cuchillo para que no entren ni hagan daño los malos espíritus al recién nacido”.[6]
Los personajes se construyen y se afirman a través de la vinculación de su vida, vivida en función de la relación con el otro, al erigirse a sí mismos en el contexto humanizado. Todos envueltos por el vacío de mayores perspectivas que llenen el existir; todos inmersos en una vida primaria de comer y reproducirse, para después morir. Son seres humanos que se hallan limitados por un destino inexorable que no pueden controlar y ante el que solo pueden resignarse. Viviendo en una población, un caserío, donde sus miembros se hallan unidos por el parentesco, la convivencia estrecha, la participación común en las alegrías y los sinsabores, es decir, se hallan unidos de manera semiorgánica.
Sus personajes son altamente reales y reflejan una sociedad cerrada, sociológicamente hablando, que aún persiste dentro de la sociedad contemporánea en pleno siglo XXI en Bolivia y en otros lugares de Latinoamérica. En ese entorno, todos saben cómo actuar en sociedad y la fuente de legitimación del comportamiento colectivo brota de los tabúes, de las instituciones “tribales” que no pueden ser cuestionadas. Viven y mueren bajo el signo de la rigidez; si, se producen cambios, implican reacciones religiosas que producen el advenimiento de nuevos tabúes mágicos.
Verduguez, con una mirada cinematográfica describe la realidad para que aparezca ante el lector tal cual es; aunque esta actitud sería demasiado cerebral para llegar a ser poética, el autor logra enlazar el recuerdo, mostrar el sentido del asombro frente al misterio cotidiano y presentar el temor ante la fuga inevitable del tiempo; y de la vida en el tiempo… Del tiempo que, en su huida, va dejando sus huellas, las arrugas, o una bruma en las pupilas, y un moho invisible en los objetos… Todo sin presentar altos y bajos en la belleza de su prosa. Así, el autor presenta inquietudes trascendentes a través de situaciones, aparentemente, sencillas que representan la cotidianeidad de sus personajes:
“Luego llegaron los recuerdos: los guardaba todos, los de su infancia, los de su casamiento con Tarsila, con la que nunca se llevaron bien hasta que se marchó; los de la llegada de Eutiquio y Febromia; recuerdos de tonos parecidos a la tierra, de colores ocres y grises del cielo gris, acompañados con el constante, permanente, eterno silbo del viento contra las calaminas y las rendijas de la casa.”[7]
Existe en la prosa de César Verduguez un aletazo sorpresivo. Una extraña melodía cargada de sentimiento trágico y de fuerte sentido místico. Yo diría que es una constante levadura humana de angustia, congoja, revuelta, y desesperanza (que no alcanza al pesimismo, pero, que es fuertemente descrita al punto de contagiar al lector). Además, la actitud intrínseca es de protesta. El autor es siempre un rebelde… Lucha contra las normas impuestas. Deja entrever que anhela un aire ventilado, libre. Entonces sus personajes lo demuestran: al nacer, sus hijos, ansiosos de futuro, tienen un primer impulso místico, para tratar de romper los marcos de sus existencias miserables:
“Luego lavó la placenta con mucho esmero, cubriéndola después con serpentina y papeles de colores. Dispuesto así, buscó un lugar donde el sol no le diera, enterrándola, para evitar, de ese modo, una irritación en la matriz de Emerenciana. Junto a la placenta enterró algunos útiles de labranza y albañilería, pedazos de papel y madera (…) un libro viejo (…) para que, cuando llegue a mayor, sea un buen agricultor, un gran albañil, un doctor o un cura.”[8]
El texto está en perfecta adecuación con la cronología de la historia. Se trata de un relato lineal sin anacronías. En algunas páginas el autor logra anclar al lector en un momento determinado, para luego hacernos avanzar de un punto a otro de la historia sin la pérdida del relato lineal que avanzaba. Permitiendo penetrar y asimilar la cultura de su instante histórico y conduciendo hacia un desgarrado escepticismo, construyendo medios de defensa sicológica, se torna agnóstico, tiende a un nihilismo frío y cerebral; se pudiera decir que el autor mira el mundo sin esperanza.
Pero nada le explica el mundo. Ni su presencia en él. Allí nace su agonía. Es esto lo que revela la autenticidad de su actitud. Y allí donde termina la búsqueda especulativa, allí donde la razón se le quiebra, se abre la noche de lo desconocido. Como el resultado de su nihilismo frente a un universo misterioso; o como el desdén en que ese agnosticismo desemboca.
En esta obra coexisten varios personajes desesperados que no encuentran sentido al respirar de cada día y que viven condenados a un sistema absurdo que les reprime injustamente y no les permite ser felices, pero, ellos no lo saben; tampoco lo manifiestan… es el autor que entreteje dolores a través de la gente que habita el poblado.
Su historia se mueve en atmósfera irreal, como en una leyenda donde los duendes se van despertando de entre los árboles o de los hornos de barro; y las sombras se van poblando de personajes que parecieran fantásticos por su crudeza, que nos alcanzan como que sorpresivamente; entonces, cuando nos alcanzan, nos damos cuenta de que no son ficticios, que son personajes reales; extraídos de un escenario real, lejano a nuestro mundo y a nuestras preocupaciones existenciales. Por el hecho de que no los vemos no significa que no estén ahí. Y es César Verduguez, quien los hace emerger como criaturas humanas auténticas en una existencia simple, bastante primaria, aunque cargada de sentimientos, miedos, ternura y dolor.
Así, en este escenario, surge llorando la viuda de Pacomio Cerrolla, que al no tener un cuerpo para enterrar, hace el velorio con las ropas sucias del difunto. Encarnando lentamente, un dolor solo inteligible con la intuición, o en el éxtasis:
“(…) Ahí está la viuda, sacando del dolor un poco de fuerza para escaparse de su querer morirse de pena. Miren, sin dejar de llorar ha preparado una mesa forrándola toda con tapetes y mantos negros. Ahí está, los trapos del que en vida fue Pacomio, extendido en toda superficie negra, como su suerte. En las esquinas centinelean cuatro cirios.”[9]
Todo esto tan real y humano a la vez; deja una cierta congoja y paradójicamente, queda en la región de lo incomprensible. Como el principio de dualidad es un fundamento común de la propia vida, la sombra del amor viene desde el reino de la muerte y se manifiesta en el desconsuelo. Es la angustia ante el simple dolor de existir tan sencillamente, sin mayores aspiraciones o posibilidades; de existir para la muerte.
Y sigue avanzando desde lo desconocido; porque el autor, posee gran habilidad y técnica narrativa variada, (aunque mayormente, narra en estilo indirecto), todo conjugado con su arte de crear. Muestra la agonía. Esta agonía no es solo humana. Todo se halla en proceso agónico. Porque esa descomposición lenta, fatal, no tiene para Verduguez esperanza alguna. Es la muerte universal y definitiva que presenta con la fuerza de su expresión, con su energía incomparable. De tal manera, incluso el dolor y la miseria adquieren, en su prosa, una dimensión altamente estética aunque para ello el autor se adentre o roce en el surrealismo:
“Por su ancianidad ya no pudo conseguir alimentos en las cercanías y por hambre empezó a comer el revolqué de las paredes. Comía arrancando con una cuchara metálica o un cuchillo, los pedazos de tierra que cubría la casa y ya ella misma no supo hasta cuando, aunque diría que también se comió adobes. No lo sabría nunca, ya enajenada. En su instante de muerte todo giraba vertiginosamente y le parecía ver como ella se devoraba toda su casa. Terrones que eran pan entraban por su boca, maderas y paja. Devoró la casa entera.”[10]
Todo se realiza a plena sombra del misterio, aquí entramos en un terreno fascinante, el de la identidad. Pues, la principal característica de los personajes de la novela “El Rincón De Los Olvidos” es precisamente, no tener ninguna identidad física. En el libro se presenta personajes en blanco, siluetas sin características físicas particulares, sin rasgos distintivos. No sabemos si son bonitos, feos, altos o bajos. Son bocetos humanos sangrantes con carácter y personalidad bien definidos. Inmersos en los paradigmas que los han impuesto los dioses primero, y luego en los paradigmas que ellos han creado para sostener los primeros, por eso eventualmente concluyen: … así, no más es la vida. Muchas veces parecen ser personajes colectivos ya que, por momentos, todos tienen la misma importancia. Como lectores sabemos que esos personajes son eminentemente humanos, sabemos “a priori” que son de verdad.
El autor describe en sus mínimos detalles los ires y venires de la conciencia, mediante técnicas como la del monólogo interior y con el estilo indirecto libre. Siempre en el límite de la alucinación donde el espíritu se reduce paulatinamente, durante la efímera temporalidad humana; y cuando llega la muerte, lo que queda del espíritu, se “reúne” con el “sinfín de las partes esparcidas anteriormente”. La complejidad del sentimiento, la vecindad del dolor, de la vida y de la muerte, la expresión de emociones inconfesables, es lo que unifica el arcano. Y hechiza. Invariablemente de una forma seductoramente extravagante. En cuanto la belleza participa del misterio, por ser ella indefinible, excluye toda exégesis.
En todo instante, el autor (en la voz del narrador), despojado de entonación solemne y de retórica elaborada, se presenta humano y sincero. Se expresa con plena libertad. Siendo su telón de fondo ese silencio apesadumbrado en el que todo, incluido el tiempo, queda en suspenso súbitamente. Mientras, que en un primer plano busca lo orgánico en movimiento, niega lo estático. Deja aflorar el dinamismo del existir. Renovando así, el misterio del mundo y del ente ontológico. Al contemplar el universo, lo hace a través del cristal de la profunda introspección. Estableciendo que su dominio es por ello, el de la intimidad. Bastante alejado de fórmulas mentales, el autor se acerca a la corriente, siempre cambiante, de la vida. La emoción que nos presenta es pura, desnuda; capaz de caracterizar el poder misterioso de quien escribe sinceramente. Corroborando con la idea de que ese sentimiento perdurará por encima de la corriente del tiempo.
En su cosmovisión, el hombre es presentado como un fragmento vivo del cosmos en unidad con la naturaleza animada, y contradictoriamente y de muchas formas, en fuga constante del presente, que lo desencanta o angustia; porque aunque este sumergido panteístamente en la vida universal, es un fragmento disonante, dramático; que no logra armonizarse con la naturaleza, con Dios y la sociedad o finalmente, consigo mismo. Posiblemente por un extremado dualismo (casi maniqueo), con un supuesto cuerpo que es podredumbre y una supuesta alma que vuela desligada, a las alturas. Y esa disonancia es la que lleva al intimismo, a la introspección, al delirio y al terror individual… Entonces, se sumerge voluntariamente en el pasado o aspira a proyectarse hacia el futuro. En un perpetuo nacimiento, que engendra movimiento y variedad, como parte de un ciclo cósmico. Siendo así, las cosas parecen compartir la tensión de las almas al mezclarse los sentidos. De todos modos, es un momento crucial, de hondas congojas y altas conquistas estéticas.
En “El Rincón De Los Olvidos”, el recuerdo, el olvido, la añoranza, el presentimiento o la profecía, son algunos de sus temas reiterativos. Algunas veces, la fuga del presente se consuma en otras, no. El narrador permite descubrir las sombras que le rodean, que le colman; y, lleva de la mano al lector por medio de problemas filosóficos muy precisos que recorren la piel del enredo: el mal, el poder de lo sobrenatural, la culpa, la lucha cuerpo alma; sin tratar de ponerse en contacto con un absoluto, o con lo desconocido. Mostrando que el humano vivir desemboca en la nada. Funde la realidad narrativa con elementos fantásticos y fabulosos; no siempre para aproximarlos, si no para exagerar su aparente discordancia:
“La vieja Aparición acabó su obra juntando las piedrecillas con un trozo de piedra imán, hilos de colores a los que les hizo tres nudos y dos granos de maíz, envolviendo todo el conjunto con la prenda que Tarsila le entregó”[11].
De muchas maneras, César Verduguez, desborda los marcos de la literatura; especialmente, cuando se hace eco del pueblo, sin intervenir en su existir, al rescatar de forma profunda y contundente el destino social, a través de individualidades particulares que reflejan padrones de comportamiento cultural colectivo. Esto, envuelto en el escenario apesadumbrado, ya mencionado, y visto desde el cristal de la profunda introspección del autor: es agradablemente, insólito.
En “El Rincón De Los Olvidos”, Verduguez nos presenta un mundo en desolación sin causa cierta. En ese mundo raro, hay habitantes que son sombras y nosotros (inmersos en la lectura), avanzamos en él como sonámbulos envueltos por una niebla. Donde lo racional es desplazado por lo mágico. Es este, sin duda, un aire distinto, que solo se respira en un segundo plano de la sensibilidad. Los sentimientos se encuentran cuando el autor crea antítesis ineluctables. Al retractar una sociedad que no quiere salir del dogmatismo y el oscurantismo para entrar en la abstracción y la racionalidad. En fin, es un continente ignorado para todo aquél que piensa e interactúa en una sociedad abierta; donde las decisiones personales están en condiciones de hacer añicos los tabúes; donde lo mágico es desplazado por lo racional. Entonces, crece una sensación de irrealidad.
Conclusión:
Tomando en cuenta que la literatura boliviana es tardía, actualmente, se mantiene en el sufrimiento nacional estereotipado de los años 50 a 70; con temas crudos, cotidianos; exponiendo una acrimonia y una tragedia irremediable, pero, sin proponer soluciones. De muchas maneras no hubo una evolución en la literatura nacional, que siempre estuvo reflejando la inconformidad social, la idiosincrasia nacional, los dolores de un país que aporta a la frustración individual, generando un fatalismo que hace con que las personas perciban que lo que existe aquí no es suficiente, salir no es posible… en el imaginario colectivo queda la idea de que hay que conformarse con luchar mucho para obtener poco. Esa idea pesimista generalizada influencia en las artes, sin contar que la educación no permite desarrollar un criterio más selectivo y amplio; como en las artes plásticas, por ejemplo: hay mucha técnica, pero no hay conocimiento. Lógicamente que se difiere de la literatura porque el escritor lee, se auto educa, pero, esta inserido en el medio social del pintor que pinta la casita en el cerro; y eso es contagioso. Para contrarrestar toda esa realidad, de una manera fuerte y contundente se manifiesta una realidad más intensa, la cultura popular como el preste y el carnaval, que representan una carga popular muy fuerte, con mucha constancia e intensidad; por cualquier ángulo son manifestaciones artísticas bien estructuradas. En nuestra patria vivimos el realismo mágico en el cotidiano a través de la expresión cultural popular, que de muchas formas desluce el arte porque le sobrepasa en su propia expresividad.
En ese contexto “El Rincón De Los Olvidos” es una obra pilar de la literatura nacional contemporánea. Con mucha espontaneidad es un reflejo directo de la vida cotidiana, de ciertos sectores sociales; describe y plasma ciertas circunstancias que muchos miramos y no vemos, llevando al lector a sentir empatía por la situación de los personajes. Presentando un relato más cercano a la vida cotidiana, menos determinado social o históricamente que supera el realismo de la narrativa regionalista e indigenista, fusiona lo real, lo ideal, y lo fantástico, con toques del realismo mágico y pinceladas de surrealismo creando una literatura distinta. Concentrar todo en un solo texto es el mérito de César Verduguez Gómez que se presenta conmovedor, impetuoso e íntimo, siempre excelente y desgarradamente humano y sincero… Precisamente, cuando la literatura Latinoamericana está en un momento que no sigue una corriente definida, ya que las corrientes son amplias y difusas; no tienen la fuerza de las corrientes literarias de décadas pasadas. Pero, al nacer en el siglo XXI la obra está fuera del contexto de la literatura mundial y de los movimientos ahora en boga internacionalmente; destinada a quedarse, circunscripta al medio nacional; es el fiel reflejo de la situación de la literatura nacional; situación difícil porque todos escritores estamos mal encuadrados en Bolivia ya que nuestros escritos no llegan a vender 50.000 ejemplares. Eso deja muy claro que la situación de la literatura nacional está en un paréntesis, se encuentra en una burbuja….
[1] Verduguez Gómez, César. “El Rincón De Los Olvidos”. Cochabamba, Bolivia. Grupo Editorial Kipus, 2009. Pág.9.
[2] Ibídem, pág. 9.
[3] Ibídem, pág. 16.
[4] Ibídem, pág. 160.
[5] Ibídem, pág. 107.
[6] Ibídem, pág. 133.
[7] Ibídem, pág. 203.
[8] Ibídem, pág. 133.
[9] Ibídem, pág. 15.
[10] Ibídem, pág. 256-257.
[11] Ibídem pág. 166.
(*) Nacida en Brasil, Márcia Batista Ramos es escritora y vive en Bolivia hace varios años.