Por Claudia Gonzales Yaksic
Miguel Sánchez-Ostiz es un escritor español que apareció en la escena cochabambina como jurado de la primera versión del Premio Internacional de Novela Kipus 2015. Sin embargo, este autor de varios libros y también ganador de varios premios, entre ellos el Herralde de Novela (1989) y el Premio Nacional de la Crítica (1998), viene caminando por las calles de algunas ciudades de Bolivia desde el año 2004. Producto de estos andares ya tiene un tercer libro en camino “Cirobayesca boliviana” y dos publicados: “Cuaderno boliviano” (Alberdania, 2008) y su novela “Chuquiago. Deriva de La Paz”, que salió en Bolivia el año pasado bajo el sello de la Editorial 3600 y que este miércoles 25 de abril, en una segunda edición corregida y aumentada, ha sido presentada en Pamplona (la ciudad natal de Miguel), esta vez por La Línea del Horizonte Ediciones, especializada en narrativa de viajes; y con este mismo libro participa esta noche (27 de abril de 2018) en la segunda Feria del Libro de Vallecas (Madrid).
Según narra Miguel Sánchez en una entrevista virtual con Plaza Catorce, es difícil precisar cuándo comenzó a escribir esta novela “porque muchas páginas son a origen notas de diarios de viaje de varios años, once viajes en total. Digamos que se ha ido haciendo con los años y los viajes”.
¿Qué lo llevó a Chile y que lo motivó a venir por Bolivia?
A Chile y en concreto a la isla de Juan Fernández, un repentino prurito de viajar motivado por un invierno muy lluvioso y con mucha niebla en el lugar donde vivía. Brinqué digamos, de ese valle fronterizo entre Navarra y Francia, a Valparaíso y de ahí a Juan Fernández, e hice realidad una de mis ilusiones juveniles: viajar a la isla de Robinson Crusoe. Eso fue en el año 2003. En el año 2004 regresé a Valparaíso para una estancia larga y fui a parar a Bolivia por la casualidad de ver en una agencia de LAN Chile una oferta muy barata de viaje a Bolivia, y fui… luego pasó lo que pasó.
Por lo que leí, nada más llegando a Bolivia fue abordado por falsos policías que prácticamente lo secuestraron ¿Nos puede contar un poco de esa horrible experiencia que tuvo en El Alto?
No, no fue en El Alto, sino en la calle Pichincha, a plena luz del día, un domingo por la mañana, la víspera de mi regreso a Chile, cuando salía del Museo del Oro. No había nadie en la calle y unos maleantes, que se hicieron pasar por policías, me metieron en una movilidad y me tiraron en un descampado. Por fortuna solo me pelaron.
La mayoría de las personas, creo, solemos no volver a la escena del horror, pero pese a esa mala experiencia usted regresó a Bolivia, ¿cuántas veces más volvió y por qué motivos?
Tardé cuatro años en regresar a Bolivia y también desde Chile, y si lo hice fue para sacarme el miedo del cuerpo. Y entonces caí con el pie derecho o mejor sería decir con tres o cuatro pies derechos. Pero nunca he podido terminar aquella novela que pergeñé sobre mi secuestro y el de aquellos muchachos asesinados por el Choco Milán en el año 2006.
¿Qué es lo que más le gusta de Bolivia?
Mire, si digo que los paisajes, quedo como un simple, además de que no es verdad, y si digo que por la cultura boliviana y sobre todo por la gente, queda cursi aunque sea verdad… Si alguien le dice que el acullico no haga caso, es una leyenda urbana, una de esas maldades paceñas tan famosas.
Y de la famosa comida boliviana, ¿qué es lo que más le llama la atención?
Es difícil decirlo, el mondonguito chuquisaqueño, los chicharrones, el ají de lengua, el lechón acompañado de camote, plátano, papa… ¡y que no falte nunca la llajua!… Los anticuchos callejeros, la sajta, el koko de Sucre, los riñones de Cocha… ay, que me pongo malo, que no son horas de pensar en estas cosas con un tecito viudo sobre la mesa.
¿Cómo y cuándo llegó por Cochabamba?
En 2008 y gracias a que conocí, por Internet, a Ramón Rocha Monroy, que ha sido mi gran amigo boliviano. Congeniamos que se dice e hicimos buenas migas, con y sin mesa puesta de por medio.
¿Cómo es que se hace amigo cercano de tantos escritores bolivianos?
Pues en parte gracias a Ramón que me presentó a su hermano, y su hermano a un amigo paceño y este amigo a otro y a otro más, y el Juan Carlos Ramiro Quiroga a Alfonso Murillo y Murillo a sus amigos, al Cárdenas, a García Camacho, este a Quino, y… y hasta ahora, amigos del alma o eso creo, gente que quiero mucho y cuya amistad ha sido un regalo, sin lambisconería lo digo. Tal vez por eso, por ese trato afectuoso, de estima y respeto, he regresado una vez y otra a Bolivia. Y también están los amigos de Sucre… Por desgracia, en España, en los últimos 18 años, no he tenido el mismo ambiente.
¿De qué trata «Chuquiago»?
Fundamentalmente de La Paz, de mis patiperreos por la ciudad, sus calles y callejones, mercados, cementerios, entrañas coloniales, calles comerciales, cafés y bodegas, escritores, pintores, casualidades callejeras…
¿Qué nos puede decir de la editorial que publica su obra?
Es que el «Chuquiago» que ahora se publica en España, en una editorial de libros de viajes muy buena, porque su directora, Pilar Rubio, es alguien que conoce bien el mundo de los viajes y su literatura, ya se publicó el año pasado en La Paz. Bien es verdad que hay cambios sustanciales porque de la misma manera que no puedo enseñarle a un paceño lo que es La Paz, a un español debo explicarle lo que para el otro son lugares comunes y obviedades… Es decir, ediciones parecidas, iguales en lo fundamental: la ciudad de La Paz.
¿Qué autores bolivianos vivos o muertos, son los que más le gustan y por qué?
Son muchos, demasiados, el Ramón por supuesto, Adolfo Cárdenas, Quino, Bascopé, Saenz, Recacoechea, Piñeiro, Urquiola, Urrelo, son estilos y mundos diferentes y cada cual tiene el suyo.