Por Carlos Decker-Molina (*)
Había llegado una pequeña caravana a las proximidades de Parotani. Decían que procedía de Capinota e iba camino a Quillocollo. Y aquí viene el agregado de mi abuela: “Si te portas mal, te pueden llevar consigo”. Era una familia de gitanos que levantó carpa en las inmediaciones del camino a Cochabamba. Luego de un par de días desapareció, dejando una estela de supuestos, historias y leyendas. Esta pequeña caravana de viajeros no fue considerada una tropa de enemigos, pero tampoco entró en la categoría de amigos. Despertaron sospechas: “No son como nosotros”, “Son sucios”, “No tienen casa ni patria”.
Lo más próximo a la definición de “extraño”, es aquel gitano de mi niñez.
El “extraño” ha sido considerado en la sociedad primitiva como “enemigo”. ¿Habrá perdido esa calidad en la sociedad moderna?
El “extraño” ha poblado la historia de las sociedades antiguas y modernas. Está presente en la literatura, en la música, en el teatro y en los relatos verbales. Hoy, en horas globalizantes, ha cobrado una importancia especial, porque hay “extraños” deambulando por las calles de su propia patria, así como hay quienes habitan patrias ajenas, a las que han ayudado a construir su porvenir. Y éstas habitan en los “extraños”, a pesar de que suelen repudiarlos, sobre todo en tiempos de “vacas flacas”.
Más de la mitad de mi vida, he sido personalmente “el extraño”. Tengo varias patrias habitando en mí, lo que provoca interrogantes existenciales no carentes de contrastes y claroscuros, que aparentemente provocan la tragedia de ser o no ser, pero que en realidad son la semilla de algo nuevo y mejor.
Lo interesante de esta historia es que yo tampoco soy el mismo del primer día en que fui categorizado como “el extraño”; es decir, cuando retorno a mi lugar de origen ya no soy el mismo que aquel que partió. Mi calidad de “ser el otro” vale tanto aquí como allá. Ello implica la confirmación de que no “somos iguales”, ni siquiera con nosotros mismos.
Si aceptamos el supuesto de que todos somos iguales, estaremos cerrando la puerta al “otro”. El desafío es saber abrir la puerta y luego encontrar la armonía en la pluralidad.
Un primer paso para la coexistencia es el “encuentro” en base al “reconocimiento mutuo”, y ese no es precisamente un proceso corto, y mucho menos fácil.
Lo que viene a continuación son historias reales que ayudarán a comprender la diversidad como factor cohesionador o como detonante de desastres humanos.
Historia 1 – El color de la piel
Entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980 emigraron de Cuba miles de sus ciudadanos, a los que se conoce con el apelativo de “Marielitos” en alusión al puerto por donde salieron de la isla. Este hecho periodístico fue mi primera misión profesional en la exterior. En calidad de “enviado especial” de Radio Suecia Internacional, viajé a La Habana.
Instalado en el hotel y luego de un sueño reparador, suena el teléfono:
- I’m looking for Mr. Decker…
- I’m Decker and I speak
- Compañero, soy su contacto y mi nombre es Eduardo Avellé. Tenemos que vernos, para coordinar. Estoy en el lobby del hotel. Visto una guayabera blanca, pantalones azules, y soy mulatico.
Y colgó.
En el lobby había poca gente, la mayoría empleados, limpiadores y camareros del hotel. Lo distinguí de inmediato, hablaba con una mujer que por su vestimenta parecía administradora. Avellé estaba de espaldas a la puerta del ascensor. Me acerqué, le toqué el brazo y cuando se dio vuelta, le dije con mi mejor sonrisa: Compañero Avellé. Me miró, y respondió:
- Mira, chico, después… Ahora estoy ocupado esperando a un “comemielda” sueco.
Me reí y le dije:
- El “comemielda” sueco soy yo.
Avellé, a manera de disculpa, me dijo que esperaba a un rubio de dos metros hablando inglés y no a un boliviano, oscuro, flaco y con lentes.
Historia 3 – La ideología
Hace algunos años escribí un texto titulado: “Qué lindo fue ser comunista”. Mi intención era recordar que, en tiempos de la guerra fría, existía una identidad ideológica.
En los años ‘60, llegar a París para pasar luego a Praga y de allí dar el salto a Moscú, a Pekín o a Tirana, implicaba encontrarse con camaradas que no tenía interés en saber si uno era boliviano o argentino, árabe o turco, persa o druzo, y mucho menos si eras mapuche o azteca.
La ideología daba un sello de identidad, por encima del idioma, la nacionalidad y el color de la piel. Todos éramos camaradas comunistas e “internacionalistas”, en espera de ser convocados al llamado de la revolución en cualquier lugar del planeta.
Historia 2 – La raza
Un compatriota boliviano llegó a Suecia desde Argentina, luego del golpe militar de 1976, con solo un papel de identificación: su certificado de nacimiento. En un casillero figuraba la palabra “Raza” y a continuación, escrito con caligrafía antigua, aparecía el vocablo “Blanca”.
El policía sueco, que hablaba muy buen español, miró al recién llegado y le dijo:
- ¡Si tú eres blanco, yo soy transparente!
José Marín González, Doctor en Antropología de la Universidad La Sorbonne de París, sostiene:[] “Las razas no existen, ni biológicamente ni científicamente. Los hombres, por su origen común, pertenecen al mismo repertorio genético. Las variaciones que podemos constatar no son el resultado de genes diferentes. Si de ‘razas’ se tratara, hay una sola ‘raza’: la humana”.
A la afirmación del Dr. Marin González se suman otras, como la de S. Andersson (1981), quien asevera que los humanos tenemos la misma madre africana, y un poco más tarde, la aserción de que los humanos somos producto de una gran mezcla de linajes diferentes.
Historia 5 – La etnicidad
En plena guerra yugoslava, me elevaron de rango en la redacción de lenguas extranjeras de Radio Suecia Internacional. Una de mis primeras misiones fue introducir programas en dos idiomas nuevos: árabe y albanés. Este último iba a equilibrar al serbocroata, que incluía al macedonio y al esloveno.
A fin de tener una idea objetiva y no caer en el nacionalismo de defender a cada etnicidad, acoplada además a una religión, se autorizaron varios viajes a la ex Yugoslavia para estudiar en terreno la situación, en algunos casos ya totalmente bélica. La intención era evitar la manipulación política y desechar los intentos de ver los hechos como productos de una conspiración mundial.
No voy a entrar en la historia de los Balcanes, ni en la reducción fácil de acusar al imperialismo yanqui o la Unión Europea de ser los culpables de la desmembración de Yugoslavia, porque seria falsear la historia.
La Yugoslavia de Tito, mal que mal, no era ni Moscú ni Pekín. Era la no alineada, la Yugoslavia de los ciudadanos. Con Milosevic pasó a convertirse en la Yugoslavia de las etnias y así nació el concepto brutal de “limpieza étnica”. Porque las etnias, lo primero que reclaman es su territorio. En este interregno, el nacionalismo recalcitrante y la religión jugaron un rol muy importante: esos aliados hicieron posible la “limpieza étnica” y, en algunos casos, obnubilaron a cierta izquierda mundial que no supo distinguir entre la lucha de clases y la lucha de etnias.
Desde los foros políticos y los púlpitos ortodoxo y católico, y desde la mezquita, se encendió la chispa de la guerra. Se pedía a la gente sacar desde sus profundidades esa pertenencia adormilada por el paso del tiempo que todos poseemos. Así nacieron las identidades asesinas a las que hace referencia en un libro homónimo el escritor francolibanés Amin Maalouf, cuando se refiere a la guerra en Líbano.
Entre los referentes fundamentales de la etnicidad están la religion y la historia
Historia 4 – La religión
Llegué a Beirut. Me falló mi contacto, colega e intérprete, Gabriel Afram. Luego de pasar varios controles, incluido el de Assaf padre (Siria tenía una presencia militar fuerte), me ubiqué en la parte cristiana, que era un barrio donde funcionaban algunos hoteles. Hasta allí llegó Afram. Hicimos el primer recuento y planeamos nuestro trabajo de campo.
Afram creía que todos los latinoamericanos eran revolucionarios o simplemente cheguevaristas. Por eso me dijo, con cierta solemnidad, que al Che lo habían matado una segunda vez, en Beirut. “Aquí no hay izquierda ni derecha. La religión mató al Che. Aquí hay sunitas, chiitas, cristianos falangistas, cristianos liberales o afrancesados, druzos”. Y Afram siguió con su discurso de bienvenida: “Aquí se trata de credos y de la presencia internacional en armas y apoyo logístico, sobre todo de EEUU-Israel-URSS y en menor medida Francia. Y no creas que los aliados de Moscú son comunistas … Son musulmanes”.
A mi paso por el Cercano Oriente, comprobé que Dios había tomado las armas. En algunos sitios iba con una Kalashnikov en bandolera, y en otros, con una Uzi al cinto. Los orientales que encontré a mi paso eran rostros humanos perdidos en la bruma de identidades religiosamente absurdas.
Afganistán, el semillero de los “enemigos” de hoy, fue la ratificación del gran error de la Guerra Fría, que tuvo su primera expresión en Turquía y que se puede sintetizar en la vigencia de la dicotomía: ateísmo (comunismo) – religiosidad. Los musulmanes que dirigen la Turquía de hoy se educaron en las madrasas creadas para combatir el ateísmo del partido comunista más importante de la región, en los años 50-60. Sin embargo, a favor del actual gobierno turco hay que decir que no incluye a musulmanes recalcitrantes como aquellos que habitan otros regímenes; por ejemplo, los de Arabia Saudita y Yemen. Son lo que podría constituir el paradigma de los nuevos intentos democratizantes en el mundo musulmán, pero Erdogan quiere pasar al historia como el primer Sultan elegido democráticamente para lo que esa dispuesto a manipular sus leyes y la constitución.
Los textos religiosos siempre han sido los mismos; lo que cambia es la mirada del creyente. Y esa nueva mirada es producto de las transformaciones en su medio social. La exacerbación de algunos elementos de ese medio puede endurecer la mirada del creyente, quien acude al argumento del dogma para explicarse algunos fenómenos sociales o culturales. Ello puede fácilmente conducirlo al fanatismo, primer paso para matar en nombre de Dios.
Si la religión aleja cuando no se acepta el dogma, planteando de hecho una ruptura, la desavenencia se agiganta cuando la religión se entremezcla con la etnicidad, a la que no solo representa, sino que la sustituye, como en Yugoslavia.
6 – El pretexto histórico
Todos debemos leer nuestra historia y, por lo menos, la de los vecinos. Es un buen ejercicio intelectual. Pero, no podemos ser prisioneros de la historia. Los yugoslavos quedaron enfangados en el barro de su propia historia.
La iglesia ortodoxa serbia y sus políticos recordaron la batalla de Los Mirlos (1389), ocurrida hace más 600 años en los campos del actual Kosovo, donde se enfrentaron el Rey Lazar, líder de los serbios, contra los turcos comandados por Murad I.
Pese a que perdieron esa batalla, los serbios consideran “Los Mirlos” como la cuna de “lo serbio”. Según esa lectura, fue la batalla europea contra el Imperio Otomano, que estableció la frontera entre la cristiandad y el Islam. Por eso la gran disputa por Kosovo, “un territorio sagrado, habitado por musulmanes”, población heredera del Imperio Otomano, la menos creyente de la ex federación, aunque ahora, después de la declaración de su soberanía, Arabia Saudita les construya mezquitas allí donde les señalan con el dedo.
Los serbios de la guerra sucia de los 90 no entendían por qué Europa no los apoyaba, considerando que estaban haciéndole un favor al ratificar la frontera anti musulmana en los Balcanes. En ese territorio han guerreado y convivido por siglos ortodoxos, musulmanes, católicos y judíos. Antes de la guerra, Sarajevo era una ciudad que hacía recordar a la antigua Andalucía, por la convivencia de las tres religiones monoteistas. Hoy, sigue siendo una herida abierta.
La “limpieza étnica” entró a la categoría de las más grandes atrocidades del Siglo XX, y la guerra de Yugoslavia terminó enterrando al ciudadano nacido en los pliegues de la revolución francesa y apurando el parto del nuevo siglo bajo el signo de la ruptura, la discontinuidad y la desestructuración.
Lo único objetivo que logró Milosevic, aunque en el fondo quiso evitarla, fue la creación de una república Bosnia en base a la religión musulmana. En la conferencia de Dayton se obligó a Izetbegovich, líder bosnio, a la división en tres cantones: uno musulmán, otro católico croata y finalmente la Republika Srpska, serbia ortodoxa. Incluso hoy hay problemas políticos para una “convivencia” que solo existe en el papel. La “unidad virtual” de Yugoslavia se podría dar en el seno de la Unión Europea; de hecho, hay un par de estudios realizados durante la guerra.
Más tarde se fundó una Kosovo mono étnica. En tiempos de la Federación Yugoslava no alcanzó la categoría de república y gozó un corto interregno de cierta autonomía, que Milosevic les arrebató a través de una “intervención federal”.
El caso yugoslavo enseña que la “identidad étnica” se puede convertir en la punta de lanza de conflictos no previstos en el libreto de la libertad, la independencia y la soberanía.
Lo trágico de estos enfrentamientos es que, los mismos que han sufrido la arrogancia colonial o neo colonial, la dictadura y/o el racismo, la xenofobia y el apartheid, una vez liberados de sus lastres por efecto de la guerra, se tornan en arrogantes nacionalistas. No se les puede perdonar su racismo inverso y su xenofobia renacida solo por el hecho de que antes fueron ellos las víctimas. Incluso hoy, los pocos serbios que viven en un enclave en el Kosovo soberano necesitan la presencia militar extranjera por razones de seguridad ciudadana. Lo mismo pasa con la minoría gitana, muy esparcida precisamente en el territorio de la ex Yugoslavia.
7 – La violencia como solución cero
El escritor mexicano Carlos Fuentes, fue defensor de la mesticidad de su país y escribió a propósito del puritanismo identitario: “No creo en la pureza, ni de las lenguas, ni de las costumbres, ni de nada. Vivimos un mundo impuro y eso es digno de celebrarse”.
Líbano y Yugoslavia son pruebas de que la búsqueda de identidades únicas o limpias lleva a grandes desastres, a veces manipulados por intereses ajenos a la región o por el mito de “rehacer la historia”. Se intenta retroceder hasta el momento histórico cuando se produjo la ruptura, para volver a empezar justo en el mismo tiempo y espacio en que comenzó la pesadilla de la derrota. Es la confusión entre lo subjetivo de la literatura y lo objetivo de las ciencias sociales.
El psicólogo y politólogo alemán Harald Welzer, autor de varios libros, sostiene que el proceso comienza con la aplicación de la psicología de la exclusión. La exclusión nace verbal. Se sintetiza en la dicotomía “Nosotros y Ellos”. Pasó en la Alemania de los 30, en Sudáfrica, en Yugoslavia, en Ruanda.
La disparidad se profundiza cuando se afirma que nosotros hemos sido víctimas de robo, de usurpación, por parte de ellos. Los acusamos de habernos robado economía, poder político, estatus y cultura. La primera reacción de nosotros es separar a ellos de nosotros. Luego pasamos a ningunearlos, a marginarlos, para finalmente eliminarlos.
En ese punto del proceso de la psicología de la exclusión, y luego de la “eliminación del otro”, nosotros suponemos haber recobrado lo que ellos nos sustrajeron. Ese supuesto nos crea la ilusión de haber recobrado la calidad de ser lo que siempre fuimos. Lo que es una falsedad e incongruencia con la propia historia, que congela el hecho para fines de estudio, pero no para ser rehacerlo.
El ejemplo de Camboya y, más cerca en la historia, el de Ruanda, son pruebas de la locura de restaurar en tiempos modernos sociedades remotas supuestamente igualitarias y libres.
Los Khmer Rouges de Camboya asesinaron en nombre del anti colonialismo a tres millones de personas. A algunas de ellas por el solo hecho de poseer anteojos, que hacía suponer que eran lectores, lo que a su turno implicaba que podían leer literatura “colonialista”.
Yugoslavia, en nombre de la etnicidad, evocó una batalla de hace mas de seiscientos años.
Ruanda, que imaginó una suerte de revolución francesa, a falta de guillotina pasó a cuchillo a la etnia Tutsi.
El caso ruandés tiene varios protagonistas, incluidos los franceses y la Iglesia Católica. El gobierno de Habyarimana introdujo las tarjetas de identidad étnica, usadas por los belgas en los años 30, lo que permitió a los paramilitares elegir fácilmente a sus víctimas: los Hutus cerraban las carreteras y revisaban a cada persona que pasaba, eliminando a los Tutsi, etnia considerada la “aristocracia ruandesa heredera del colonialismo europeo, sobre todo belga” (¿los culitos “blancos”?)
Las etnias suelen pelear por el pequeño o gran territorio donde sus antepasados estuvieron asentados, y ese fenómeno de intentar retrotraer la historia lleva a absurdos políticos. Algunos de ellos son relatados por la historia moderna. Extraigo uno de esos exabruptos, que es bueno recordar para evitar su repetición.
Terminada la Primera Guerra Mundial, una comisión de la Sociedad de Naciones, antecedente de la actual ONU, debía trazar las nuevas fronteras entre Hungría, Polonia y Checoslovaquia. Llegó al villorrio en conflicto, en la zona de los Cárpatos. Cuando consultaron a los habitantes sobre su nacionalidad, no hubo una respuesta satisfactoria. Para enfatizar, los delegados preguntaban: ¿Eres húngaro? ¿Eres polaco?, ¿Eres checo? ¿Eres eslovaco? ¿Eres ucraniano? Todos los encuestados respondieron: “Somos de aquí”.
La aproximación a una solución pasa por un análisis del concepto de cultura
8 – Cultura
En primer lugar, una aclaración conceptual, pues hemos pasado de una concepción culturalista que definía la cultura en términos de “modelos de comportamiento”, a una concepción “simbólica”. Clifford Geertz define la cultura, en el libro La interpretación de las culturas (1973), como un «sistema de concepciones expresadas en formas simbólicas, por medio de las cuales la gente se comunica, perpetúa y desarrolla su conocimiento sobre las actitudes hacia la vida”. Por lo tanto, la cultura no debe entenderse como un repertorio de significados homogéneos e inmodificables.
La cultura tiene “zonas de estabilidad y persistencia”, y “zonas de movilidad” y cambio.
Esas zonas pueden a veces ser sometidas a fuerzas centrípetas y centrífugas. Cuando actúan las primeras suelen conferir mayor solidez y vitalidad, mientras que si actúan las fuerzas centrífugas, las tornan en más cambiantes y poco estables en las personas, inmotivándolas debido a un contexto que limita y es poco compartido por la gente de una sociedad.
En el año 1127 escribió Foucher de Chartres, el cronista de las Cruzadas: “Nosotros, que éramos occidentales, ahora nos hemos convertido en orientales. Aquel que era romano o franco, en esta tierra se ha tornado galileo o palestino. Hemos olvidado los lugares donde nacimos. Algunos ya poseen aquí residencias y sirvientes que han recibido en herencia. Otros han tomado esposas no sólo de su propia gente, sino también sirias, armenias y hasta sarracenas que han recibido la gracia del bautismo”.
Ya en 1127, las culturas, hábitos y tradiciones se habían mezclado. Es la confirmación de que actuaban fuerzas sobre todo centrífugas, que obligaron a transformaciones que a su turno modificaban la identidad del sujeto.
De Foucher, pasemos a Sócrates. Para él, el término “greco” no comprendía una raza o una etnia, sino a “alguien que pertenece a la cultura griega”; es decir, “un griego” era una persona que se había integrado a la cultura griega, sin importar su origen geográfico o étnico.
En aquel tiempo había ya un grado de cosmopolitismo intelectual. De alguna manera, nació el principio de “todos son iguales frente a la ley”. Sin embargo, “el otro” tiene una presencia constante. En la época de Sócrates, “el otro” era el irracional, el excéntrico o el bárbaro.
Posiblemente la historia de la Humanidad es el enfrentamiento, a veces sangriento, que produce la incorporación de “el otro” a una sociedad que no es la suya. Y se va a vivir en un territorio que tampoco es suyo. De hecho, se han producido en las últimas décadas incorporaciones masivas de inmigrantes que asumen el rol de “el otro” en países europeos. Fenómeno parecido al de aquellos agregados humanos que hacen su aparición en un contexto político nacional y entran en pugna con las élites con poder.
Estos hechos han puesto en tela de juicio la cultura de clases y el etnocentrismo como herencia de la llamada “cultura occidental”, en un momento en que vivimos una “sociedad de masas” cuya psicología es la incomunicación, que no significa aislamiento ni soledad, sino falta de empatía.
Revertir ese hecho implica participar activamente en la construcción de un nuevo discurso, que debe admitir como realidad irreversible “la mezcla”, “la hibridación”, “el cross over”, y aprender a diferenciar el conocimiento oculto que coexiste en la maraña hiperinformativa de la Red.
El reto es cómo integrar a este “bárbaro del post industrialismo”, aunque el camino más sencillo, en tiempos de crisis, suele ser aquel que plantea su eliminación.
Yo he sido uno de ellos. Antes de intentar un recuento de mi calidad afuerina, veamos una primera síntesis:
9 – Intento de síntesis
El color de la piel (Historia 1), así como la raza (Historia 2), han dejado de ser señas de identidad definitivas. Hay suecos negros, o con rostros asiáticos y latinos. Hay ingleses de rasgos paquistaníes o caribeños. Hay africanos rubios como los escritores Mia Couto de Mozambique o el sudafricano J.M. Coetzee, para citar solo un par de conocidos. La identidad ideológica (Historia 3), quedó enterrada entre los escombros del muro de Berlín.
La religión (Historia 4), hoy exacerbada como seña de identidad, sobre todo después del 11 de septiembre de 2001, es la más peligrosa. Del dogma al fanatismo no hay la distancia que media entre lo democrático y lo racional.
En mis experiencias personales veremos cómo la cultura juega un rol importante de acercamiento en el contexto de “las identidades”, en tanto que los otros rasgos, en especial la religión y la etnia, más bien alejan.
Una experiencia personal
Las citas históricas de líneas arriba sirven como ayuda memoria de la situación que me ha correspondido vivir personalmente, al ser el otro en los diferentes países donde me tocó establecerme. Primero, por etapas de uno a dos años, en Chile (1972-73), Francia (1973-74) y Argentina (1974-1976), y a continuación, desde fines de 1976 a la fecha, en Suecia. Aquí, la calidad de otro asume un grado superlativo: todo mi ser, mi físico, mi cultura, mi idioma, la religión de mi madre, no tenían nada que ver con este importante país escandinavo.
Después de 46 años viviendo fuera del país que me vio nacer, es decir Bolivia, y con 40 años continuos de vida en Suecia, hay quienes suelen preguntarme qué soy:
- ¿Te sientes sueco?
- ¿Acaso eres más boliviano que sueco?
Suelo explicar que Bolivia para mí es mi primera lengua, su historia, sus golpes de Estado, el aroma a eucaliptos de Parotani y el quechua de Wallparimachi, pero también es El Quijote de Cervantes, Los Tres Mosqueteros de Alexander Dumas y Werther de Goethe, leídos en mi primera adolescencia. Es la cueca de Roncal “La huérfana Virginia”, pero igualmente “El lago de los Cisnes” de Tchaikovsky o “La Madre” de Máximo Gorki. Y también es Ibsen, el dramaturgo noruego de quien leí “Casa de Muñecas”, gracias a un excelente profesor de literatura del Colegio Bolívar, de Cochabamba.
Pero hoy también soy August Strindberg, el padre de la literatura sueca, y la nieve, y el frío de 15 grados bajo cero, cuando el aire penetra en las fosas nasales haciendo daño, pero se siente en los pulmones como un bálsamo que el cuerpo necesita. Soy también parte de la justicia social sueca, como soy todavía un destello del autoritarismo boliviano. Soy un poco la poesía de Neruda y Nicanor Parra, y la novela de Antonio Muñoz Molina o la de Javier Cercas, así como la Jorge Edwards y Antonio Skarmeta. Y el vino francés, la poesía de Baudelaire y la novela de Victor Hugo, y últimamente la de Javier Marías o la de Roberto Bolaño.
Soy de todo un poco, no hay una dominante, y es que soy boliviano pero con la misma intensidad soy sueco, es decir, soy las dos cosas y tal vez más, porque sueño en porteño, Chile habita mi imaginario y España es la cuna de mi lengua.
Hay quienes, cuando me escuchan, me hace una manida pregunta, que yo llamo “la interrogante yugoslava”:
¿Qué eres en lo más profundo de tu ser?
La pregunta supone que en el fondo de la persona hay solo una pertenencia que significa “tu verdad profunda”, “tu yo absoluto”, esencia determinada por tu nacimiento, que no se va a modificar. Asumir la esencia como la inherencia estática e invariable es no aceptar todo lo que viene luego del nacimiento, todo lo que se cosecha en la trayectoria de hombre libre, como convicciones, lecturas, vivencias, afinidades, inclinaciones políticas; de hacerlo, la vida misma no valdría nada.
Esas personas que preguntan, tal vez con un grado de inocencia, están formulando un llamado a que yo debo “reafirmar mi identidad”. Este fenómeno está produciendo, en algunos países, la promulgación de leyes que implican “tocar tu fondo”, para rescatar de ahí adentro la pertenencia a una religión, a una nación, a una etnia, para levantar como el estandarte de la identidad única.
Si yo personalmente hubiese obrado de esa manera, tendría que haber rechazado aprender otros idiomas, en especial el sueco, que es mi segunda lengua, el idioma del país que me acogió.
Sacar del fondo de mi ser las “señas profundas” habría significado no integrarme a la sociedad de acogida, lo que importa elegir la segregación en lugar de la integración.
No se trata de una guerra de pertenencias, se trata de sumar para enriquecerse a sí mismo.
No se trata de imponer tu nacionalidad, o tu idioma, o tu cultura o tu religión. Lo importante es construir, sin destruir. Algunas cosas irán quedando en el camino.
Recuerdo un grato encuentro con un amigo exiliado, minero de Colquiri, que en 1977 se instaló en una ciudad muy pequeña del sur de Suecia. Hizo la casualidad que yo pasara por esa ciudad en alguna misión periodística y me detuve a visitarlo. Personalmente no tenía ni idea de que era martes de Carnaval, día de la k’alla (k’alla es agradecer a la Pacha Mama (madre tierra) por los frutos obtenidos en el año) Alejandro -así se llama el ex minero de Cancañiri- me preguntó si yo k’allaba. Le dije que no y casi disculpándome le expliqué que no me había dado cuenta de que era Carnaval. Alejo se río y me dijo: “No te preocupes, compañero, yo tampoco k’allo. Además, en aquí la Pachamama está enterrada bajo muchas capas de cemento”.
Se trata de una arquitectura delicada, porque hay voces a ambos lados que fustigan a elegir una sola identidad: o eres boliviano o eres sueco.
Uno de ellos es Behring Breivik, el terrorista solitario de Oslo, pero al lado suyo hay políticos, escritores, periodistas, gente común, algunos de ellos aún inconscientes de su fascismo, que conforman una peligrosa alianza con manifestaciones políticas en varios países europeos. Multiplicados en estas horas de crisis financiera, de desocupación y desesperanza.
En este contexto es importante observar la reacción de la prensa, sobre todo televisiva, y de los escribas de la Red frente al atentado de Oslo del 22 de julio de 2011. La pregunta común fue: “¿Why target Oslo?”. Lo interesante fueron las respuestas. Expertos en terrorismo eludieron acusar a nadie en forma directa, pero el hecho de recordar las relaciones de Noruega con el mundo musulmán, su presencia en Afganistán y las caricaturas de Mohamed publicadas en sus diarios sirvieron de repaso, sino de pretexto indirecto, para explicarse el hecho terrorista. “Sin querer queriendo” acusaban a los musulmanes. Incluso hay quienes en la Red dicen “entender” por qué el primer ministro noruego “no acusó a los musulmanes”, dejando como obvio el sello musulmán de la violencia terrorista.
Muy pocos pensaron que el autor del ataque a la zona urbana donde reside el gobierno y luego de la masacre de jóvenes en la isla de Utöya fuera un “noruego puro”.
Behring Breivik lanzó un manifiesto de más de mil páginas, en uno de cuyos capítulos describe el costo humano de su proyecto: “La lucha contra las élites multiculturales en Europa no debería ser superior a 45.000 muertos y un millón de heridos”.
La referencia a las “élites multiculturales” no es una advertencia a los inmigrantes o a los musulmanes, sino a sus compatriotas étnicamente puros que permiten, patrocinan o cultivan el multiculturalismo.
Pueda que parezca el análisis de un desequilibrado, pero en el fondo repite, copia o reescribe lo que muchos otros han sostenido -y lo siguen haciendo- en la Red y, con menos fanfarrias militaristas, en alguna prensa conservadora, que suele levantar viejas y obsoletas teorías, como la de Maltus, para explicar la inevitabilidad del dominio cuantitativo de los musulmanes que residen en Europa.
Vuelve a aparecer en las páginas de diarios y revistas el “desprecio al débil”. Y no es que se intente poner a los judíos o a los musulmanes en los niveles más bajos, sino que se acopla la “raza” con el poder. “Si los arios, los germánicos, los nórdicos” son la élite europea, es obvio y natural que sean ellos los que deben detentar el poder y ejercitarlo.
El salto cualitativo de la “guerra de Breivik” es proclamar que un sector de los “arios, germánicos o nórdicos” se comporta como traidor a su raza o a su etnia y que hay que tratarlo justamente como a los traidores. Según Breivik, esos traidores están identificados como militantes de los partidos comunistas, socialistas, socialdemócratas y liberales. Son las élites multiculturalistas y filo marxistas que han permitido en los últimos años el establecimiento de musulmanes en Europa. Empero, no se trata solo de los musulmanes, pues los inmigrantes de otras confesiones están involucrados de un modo general como los “enemigos” de Breivik, incluidas hasta las feministas “que ablandaron el poder”.
Esa es la explicación para que Breivik se haya cebado con los jóvenes del partido socialdemócrata noruego congregados en Utöya. Por eso su blanco principal era Gro Harlem Brundtland, un icono político de Noruega, a quien no encontró: la ex Primera Ministra y ex funcionaria de la ONU había abandonado la isla una hora antes y se salvó de ser eliminada por el fascista.
De hecho, hoy Hungría es un país dirigido por esa alianza de nacionalistas románticos, conservadores, xenófobos y neo fascistas. Igual que en Polonia. En todos los países europeos han surgido partidos o grupos de extrema derecha que, a veces ante la mirada cómplice de la policía, apalean a inmigrantes gitanos y africanos, como en Grecia, Holanda, Inglaterra, España e Italia. Estos grupos son los votantes de los partidos xenófobos que han logrando representación parlamentaria.
El partido político en el que militó Breivik en Noruega es el Partido del Progreso, segunda fuerza política en las elecciones de 2009 y hoy con un sitio en el gobierno de derecha. En Holanda, país conocido por su tolerancia, la tercera fuerza política es el Partido de la Libertad, dirigido por Geert Wilders, un líder que describe al Islam como fascista. En Francia, el Frente Nacional de Le Pen es otra formación política con el mismo ideario. Suecia fue el último país nórdico en incorporar a su parlamento un partido xenófobo de ultra derecha. Jimmie Åkesson, su líder, vive obsesionado por expulsar a los inmigrantes, sobre todo musulmanes.
Estos son los “puristas” que no admiten las mezclas culturales y mucho menos étnicas. Xenófobos y fanáticos, reducen su discurso a la simpleza de una sola identidad, limpia, sanguínea. Si ganan ellos y destruyen la nueva arquitectura en construcción, se agigantará la violencia. Olvidan la casualidad histórica autora de las geografías, como aquella de la frontera húngara-polaca-checa, en un perdido pueblecito de los Cárpatos.
Las víctimas de estos conglomerados humanos son en primer lugar los “otros”, pero también pueden ser los “nacionales permisivos” y las “malinches europeas” que se acuestan con el “extraño”, degenerando la especie.
Un callejón con salida
La globalización no solo significa el ir y venir libre del capital financiero, sino también el ir y venir de la mano de obra, el ir y venir del conocimiento, el ir y venir de la cultura, el ir y venir de la religión, el ir y venir de las identidades
En Europa, los hijos de inmigrantes o refugiados, la segunda generación, ya no pertenecen a la nación de sus padres, aunque en algunos países, por la vigencia del just sanguinis, no sean reconocidos como ciudadanos. A pesar de la falta de ese reconocimiento, son diferentes a sus padres, son un híbrido.
Diría que son seres enriquecidos por el mestizaje cultural, y son seres de dos idiomas y hasta de tres, porque el inglés es una especie de lengua franca justamente entre los inmigrantes. La tercera generación es la confirmación definitiva de las identidades diversas.
Es un reto para Europa, entender el fenómeno de sus nuevos habitantes y el problema de la identidad única.
Nunca se sabe dónde acaba la legítima afirmación de la identidad única y dónde empieza a invadir los derechos de las demás. Por eso es importante analizar esta nueva realidad.
El desafío es aceptar identidades compuestas o -como dice otro estudioso del tema, el Nobel de Economía Amartya Sen- identidades diversas.
Hay mucho por hacer, y en ese hacer seguirá corriendo sangre como en Noruega a causa del atentado terrorista perpetrado por un fascista, o como en Toulouse con los asesinatos cometidos por un fundamentalista del Islam, una semana antes de las elecciones presidenciales.
Todo parto implica sangre, hasta que nace o se vislumbra el rostro de una nueva sociedad sin complejos de identidad.
Sin embargo, hay posibilidades de encontrar partos pragmáticos.
Una pregunta esencial: ¿Puede el Estado regular, legislar, es decir, imponer la “asimilación” que supone aceptar la identidad ajena?
La respuesta es muy simple: No. No se puede legislar. Tanto la integración como la asimilación o la segregación son, las más de las veces, actitudes personales. Cuando la actitud se colectiviza, quiere decir que está metida la mano de la iglesia o de la etnicidad. El caso más representativo que conozco es el de somalíes: divididos en cuatro clanes, uno de ellos tiene su propia guardia civil, que se apuesta en la entrada de locales de baile para actuar como policía privada contra sus propios jóvenes, a los que quieren salvar del contagio satánico de Occidente. La pregunta pertinente es “¿Por qué tuvieron que radicarse en el mundo satánico?”. Es la misma actitud de los xenófobos locales, que evitan que principalmente sus mujeres se junten con “razas diferentes”.
Hay tendencia incluso en democracias liberales “abiertas” -para usar el término de Karl Popper- de legislar para que los otros puedan ser asimilados según la ley. Ellos, los otros, deben ser como la mayoría de la sociedad de acogida; es decir, hay quienes abogan por la asimilación, algo que queda en la órbita personal.
Una digresión pedagógica: la diferencia entre asimilación e integración se puede explicar con un ejemplo. La asimilación es como el terrón de azúcar que desaparece en un vaso de agua; a pesar de que la endulza, el terrón de azúcar no existe más. La integración es como un “chuflay” (cóctel) boliviano. Al singani (pisco) nacional se lo siente y saborea, así como se degusta el ginger ale o seven up extranjero, y si tiene hielo, éste le da la sensación de frío que eleva el carácter de los diferentes sabores. Sin perder cada sabor su calidad, todos se integran en un buen chuflay, indudablemente más exquisito, mucho más, que un vaso de agua dulce.
Volvamos a las soluciones posibles.
Suecia tiene problemas con el otro, pero muchísimo menos trágicos y dramáticos que en otros países; primero, no tiene pasado colonial, y segundo, a los cuatro años concede a sus inmigrantes o refugiados derechos políticos.
Los otros que no hayan adoptado la ciudadanía sueca, pueden ser electores y elegidos en sus comunas y gobiernos provinciales. Suecia, desde los 70, optó por la profundización de la democracia, lo que implica que sus ciudadanos y los otros se rigen por la norma democrática y sus reglas de juego son iguales para todos. Esas reglas son:
- Libertad de opinión
- Libertad de prensa
- Libertad de religión
- Laicismo
- Independencia del sistema judicial
- Elecciones libres y democráticas,
- Derechos humanos
- Igualdad entre hombres y mujeres
- Respeto profundo por los niños
- Respeto por las diferencias sexuales
Si el otro asume los principios fundamentales de la democracia, con sus derechos y obligaciones, no tendrá que importarle a la administración política que el inmigrante lleve en su cabeza el turbante de los sikhs o el chal de algunas musulmanas, o se vista a la usanza de los somalíes.
El conflicto existirá y, como siempre, los extremistas serán protagonistas activos. Los hay entre los musulmanes, los hay entre los cristianos y los hay también entre los ultra nacionalistas.
La Suecia actual votó por los extremistas con un porcentaje mayor al 4%, por primera vez, en las elecciones de 2010, y los convirtió en el fiel de la balanza parlamentaria. Hoy (2017) están próximos al 18%
Dice uno de mis autores favoritos en el tema musulmán-europeo, el holandés-americano Ian Buruma: “La frontera entre un creyente y un fundamentalista es que este último está dispuesto a matar por su credo”. Lo mismo pasa con los extremistas de derecha. El único método posible para bajar la tensión, si no detenerla, es una democracia fuerte, vigente y respetuosa del derecho humano.
Los religiosos o creyentes deben aprender que la “verdad absoluta”, el “dogma”, existe para los que tienen fe, pero en democracia no hay verdades absolutas. Además, la democracia es un diálogo permanente y no monólogos yuxtapuestos. Y debe reiterarse diariamente la vigencia de la separación entre el Estado y la religión.
El reto de Europa está entre etnos y demos. En lugar de etnos en que la comunidad se construye en el misticismo de la raza y de la sangre común, debe construir la nueva conciencia ciudadana en el demos, universalidad abierta donde el individuo se rija por las leyes comunes de la “democracia verdadera”. No cabe una democracia manipulada como la húngara de hoy, que comenzó por hacerse del control total, aprobando una constitución a su medida que le permite, entre otros privilegios, el control del Poder Judicial. La aparición de guardias civiles, uniformados de negro, es un primer síntoma del intento de uniformidad húngara que implica la distinción fascista frente al otro, que ayer fue judío y hoy es gitano y árabe.
El proceso de la revolución de las identidades ha comenzado, estamos en pleno proceso. Tal vez la presencia de Trump en la Casa Blanca la ha exacerbado.
Lo que ya es innegable por la fuerza de la realidad es la presencia musulmana en Europa, en algunos países mejor integrada que en otros.
No hay que mirar a esos agregados humanos como homogéneos. Pensemos en las diferencias que había entre los marxistas de la Guerra Fría: pro soviéticos, pro chinos, pro albaneses, pro coreanos del norte, pro cubanos, trostkistas, stalinistas, rosa luxemburguistas, etc. Los musulmanes creen en el Corán pero lo leen de diferentes maneras, por lo que hay sectas diversas y luchas mortales entre ellas: sunitas y chiítas, wahabitas, alawitas, druzos, curdos, turcos secularizados pero musulmanes de cultura, etc.
Más o menos el 3% de la población europea tiene el Islam como su referente religioso, pasivo o activo. Se necesitaría un nuevo holocausto para seguir las pautas que exigen los neo fascistas, cohonestados por la derecha conservadora, que en su afán de buscar votos hace suyas algunas de esas exigencias.
Si el cristianismo se pudo desarrollar en democracia o -como sostenía Tocqueville- “la religión tiene un desarrollo más armónico en democracia”, ¿por qué no el Islam?
Sin embargo la historia no es lineal, y en este momento las nuevas contradicciones se pueden agudizar por la presencia de un nuevo factor: la crisis financiera, que no tiene respuesta desde los sectores progresistas. Esto deja el campo abierto a los extremismos y nacionalismos, como está ocurriendo en Hungría y en Polonia.
Los periodistas tendremos mucho trabajo, porque estos conflictos son síntomas de un nuevo parto mundial. Las identidades diversas van camino a establecerse como una suerte de seña de la Europa del siglo XXI. Lo tenebroso es que esas nuevas contradicciones, al agudizarse y enfrentarse, pueden originar Líbanos o Yugoslavias, grandes o pequeñas.
Si hacemos un ejercicio intelectual e imaginamos una Suecia dominada por los ultra nacionalistas, mis nietos, que tienen un 25% de bolivianos, no serían reconocidos por los extremistas como suecos cien por ciento, tomando en cuenta además que ese 25% de “bolivianos” que tienen, es una mezcla entre tatarabuelos quechuas, chilenos, alemanes y españoles.
Que me echen a mí, llegado el caso de la hipótesis, sería entendible, pero, ¿por qué a mis nietos? ¿Por qué son mestizos? ¿Por qué no pertenecen a una etnia pura?
La mayoría europea es mestiza, si me permiten usar el término para graficar las mezclas humanas. Además, las culturas nacionales han dejado paso al “híbrido” o -como otros la llaman- la “metacultura”. Este último concepto, en consonancia con lo escrito por el sueco Ulf Hannerz.
En Suecia se come pescado de las 14 diferentes maneras suecas, pero también hamburguesa yankee, suchi japonés y quinua boliviana, y. La pizza, creen los jóvenes suecos que es un plato nacional.
Gracias a la mezcla, que tanto miedo produce, podemos admirar las obras de teatro de los Strindberg y los Ibsen nórdicos, así como del Pirandello italiano y el Brecht judío alemán, y el cine de Francia o el de Woody Allen, el de Almodóvar o el de Wong Kar-wai. Lo mismo pasa con la música, quizá incluso con más intensidad, o con la literatura, que nos ha presentado a Nawal el-Saadawi, la Grand Old Lady de la literatura egipcia, o a la nigeriana Chimamanda Ngozi, los estadounidenses Jonathan Franzen, Paul Auster y Don DeLillo, o los israelitas Amos Oz y David Grossman, junto a los hispanos Marías, Cercas, Vargas Llosa, Roberto Bolaño y Jorge Volpi, o el universal Umberto Eco. En arte, los cuadros del chino Ai Weiwei, que se lucen junto a los Picasso, o las gordas de Botero a la par de los cuadros de Wilfredo Lam.
Cuando retorno a Bolivia asumo mi bolivianidad, pero de una manera diferente a los que radican y no se han movido del país o no han cambiado de residencia. Lo mismo me pasa cuando retorno a Suecia y surge de inmediato mi preocupación por llenar la falta de conocimiento que supone la ausencia. Mi nacionalismo primario se evidencia cuando de fútbol se trata, y es para festejar los goles o dolerme por la ausencia de ellos, cuando Bolivia o Suecia juegan con algún otro rival.
Debo confesar que al principio de esta historia no me sentía cómodo con este juego de identidades, pero descubrí luego que es lo que vamos camino de ser: seres más universales, la única manera de salvaguardar la paz.
Para el final, me permito alterar una frase de Antonio Muñoz Molina: “La identidad no es un yo permanente, es un relato en marcha que la vida va escribiendo capítulo por capítulo”.
Estocolmo, marzo de 2011 / La Paz, abril de 2012/ Estocolmo 2017
El texto original fue escrito para una charla en Estocolmo en marzo de 2011. Fue adecuado y levemente modificado a propósito de una conferencia en la Asociación de Periodistas de La Paz en abril de 2012 y de una clase magistral en la Universidad Técnica de Oruro. Fue puesto al día, habida cuenta del manto ultranacionalista que cubre Europa en este invierno de 2017.
(*) El autor es periodista y escritor boliviano radicado en Suecia.