La biblioteca infinita sepultada en el libro infinito

Por Benjamín Santisteban Neri


En la Biblioteca del Centro pedagógico y cultural Simón I. Patiño de Cochabamba, este próximo miércoles 25 de julio, a las siete de la noche, se inaugura la exposición retrospectiva denominada «Premios Literarios Bolivianos Género Novela (1937-2017)”, que reúne alrededor de 100 libros de la literatura boliviana que han sido premiados en el lapso de esas ocho décadas.

“Se podrán observar las novelas ganadoras de los premios más conocidos como el Erich Guttentag”, explica Jacky Mejía, responsable del Centro de Literatura Boliviana del Centro Simón I. Patiño, y agrega que este premio Guttentag, por ejemplo, desde 1966 hasta 1999 tuvo 24 ediciones premiando obras de escritores bolivianos.

“Otro de los premios más nutridos es el del Premio Nacional de Novela –dice Mejía—que comenzó de la mano de la Editorial Alfaguara y que ahora tiene a la Editorial 3600 como sello oficial de publicación. De dicho premio se llevan 22 ediciones… Y así, el público podrá encontrar otros títulos de premios que son menos conocidos y en la mayoría de los casos intentos frustrados que no duraron más que dos o tres versiones”. La exposición «Premios Literarios Bolivianos Género Novela (1937-2017)” estará abierta hasta el viernes 31 de agosto y en la inauguración el filósofo Benjamín Santisteban dará una conferencia referida al libro, los premios, la novela y la literatura. Acá un breve resumen de lo que se hablará en la conferencia inaugural escrito por Santisteban.


El padre de Jorge Luis Borges murió afectado de ceguera total, mal que hostigó, inclemente, a seis generaciones de los Borges. Cuando nació el hijo, el padre auscultó aquellos ojos que irían a recorrer las páginas más notables de la literatura universal y que añadirían notablemente a ese caudal. “Está a salvo”, le dijo a la reciente madre, respirando aliviado. “Tiene tus ojos”. Ochenta y siete años después, Jorge Luis negaba el vaticinio paterno cerrando los ojos ya clausurados hace treinta años por la oscuridad íntegra, irrespetuosa para con ocho cirugías que intentaron inútilmente restaurar la luz.

El padre de Georges Bataille murió totalmente ciego. Estaba ya sin vista y paralizado por más de una década cuando el hijo nació. Georges inició la vida con salud en los ojos; el mal que fue la excusa para lo inevitable —arterioesclerosis cerebral— no le obstaculizó demasiado la vista. Murió vidente y ése fue el mayor fracaso de su vida. En los años que sobresalió como escritor radical y paradójico su aspiración personal e intelectual más profunda fue convertirse en ciego.

Algo que a Bataille y a Borges les une es que ambos fueron bibliotecarios. Ninguno de los dos anheló en verdad serlo. Bataille se rindió a esa profesión como resultado de una decepción. No pudo convertirse sacerdote católico; la fe no lo acompañó porque era la fe de alguien que quiere creer y no la de alguien que, con certeza tranquila, cree. Cambió, entonces, de la iglesia viviente al estudio de su historia y de la época de su mayor dominio, la Edad Media. En noviembre de 1918, Bataille ingresó en la École des Chartes de París para convertirse en bibliotecario medieval.

Lo de Borges fue la inflación que adelgazaba la jubilación paterna, de la cual dependía incluso siendo hombre maduro de 38 años. Por la amistad de algunos consiguió trabajo en la biblioteca municipal Miguel Cané, con lo que aseguró por vez primera un ingreso fijo. Como común entre genios, la experiencia del apuro económico acabó en la memorable escritura de “La Biblioteca de Babel”, pese a que Borges confiesa no ser el primer autor de esa narración.

Aparte del oficio de bibliotecario, y aparte de la similitud de sus nombres de pila, otra cosa importante que une a Bataille y Borges es que sus apellidos paternos comienzan con “b”. En muchas bibliotecas, las tapas de sus libros rozan silentes. Este hecho no debería ser pensado un beneficio del azar. El orden bibliotecario responde a una norma más primordial, en el tiempo y la lógica, que determina jerárquicamente el espacio que aprisionan los anaqueles.

Por esa norma milenaria, entre Bataille y Borges se situaría Walter Benjamin: el patronímico comienza también con “b”. Una redundancia de esa coincidencia es su ensayo titulado “Desempacando mi biblioteca…”, donde afirma que adquirir un libro viejo para una biblioteca —pública o privada— es el renacimiento del libro.

¿Cómo re-nacen los libros en la biblioteca? El retorno a la vida implica una primera vida y una muerte; una elemental ceguera media entre las dos vidas. Ésa, quizá, sea el modo de existir en la Biblioteca de Babel, cuyos nombres inmemoriales inician con la “b”. Pero, entonces, la inocencia de la segunda letra del abecedario señalaría que muchas civilizaciones han cometido un error fundamental al entronar a la letra “a” como el inicio, postergando una relación ética con la vida…


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